domingo, 12 de febrero de 2012

La “historia” en minúsculas como derrota

A Edurne, que no quiere convertirse ni en lo uno ni en lo otro

En lo que hoy es el parque nacional El Palmar, ubicado en la provincia de Entre Ríos, Argentina, vivieron hace 500 años los indígenas Charrúas. Tiempo después llegaron los Jesuitas que incorporaron a guaraníes vecinos al primer establecimiento agrícola, ganadero y minero de la región hasta que el primer Virrey del Río de La Plata echó a los Jesuitas y nombró como veedor de esas tierras a don Manuel A. Barquín.

En uno de los hermosos senderos que recorren el parque, llamado “Calera del Palmar”, se puede leer en un panel de información, la descripción del proceso que seguían los habitantes de la región para pelar el cuero. “Se lo clavaba sobre un barril al que luego se hacía rodar por unos piletones llenos de cal viva, que al contacto con el agua alcanzaba los 150 grados”. El panel cuestiona al visitante: “¿se imaginan trabajando acá en el siglo XVIII? ¿Usted cree que era un trabajo fácil?” Y por último la pregunta estrella “¿Quién hubiera preferido ser en aquel momento: un indígena, un esclavo negro, un peón criollo o Manuel A. Barquín?” En resumen pregunta: ¿quién hubiera preferido ser: un explotado o un explotador?

Yo, en cambio, me cuestiono, ¿por qué hasta la historia en minúsculas nos invita a ser conformistas, nos domestica con el pasado y nos condiciona el presente? ¿Por qué no nos invita a soñar, aunque sea a soñar, con una historia sin explotadores ni explotados?

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