jueves, 11 de diciembre de 2008

Ingenieros de Cartón



“Nunca el mundo ha sido tan desigual en las oportunidades que brinda, pero tampoco ha sido tan igualador en las ideas y las costumbres que impone” (Eduardo Galeano).

“Yo tengo mil estrellas mientras que ellos solo tienen cuatro”, dice La Maru con una sonrisa al ver entrar a unos señores de corbata en un hotel de cuatro estrellas. Duerme en una céntrica plaza madrileña al lado del susodicho hotel. Tiene 38 años y es una más de los 30.000 sin techo que viven en toda España, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE); solo en Madrid hay unas seis mil personas, de las cuales mil quinientas tienen como única morada unos cartones, mientras los otros se reparten en albergues cuando tienen suerte de conseguir una plaza temporal.

Sentada en su hogar, la conversación transcurre mientras La Maru prepara su ración diaria de droga en una improvisada mesa de cartón. “La coca es vicio, el caballo es una necesidad física, una enfermedad”, explica. Esta madrileña se enganchó al caballo hace varios años y luego lo dejó reemplazándolo por metadona; ahora la ha dejado y ha vuelto a caer en la heroína. Para ella dejar la metadona es un paso muy importante, y la ha dejado estando en la calle. “Me he tirado ocho años como una autómata”. Y además le suponía gravísimos problemas a su salud física. “Que meaba por el culo (con perdón)”. Abandonó la metadona en la calle y ahora se mete dos micras de caballo para paliar el mono de metadona. Sin embargo tiene la voluntad de salir de ese mundo, sobre todo porque quiere volver a ver a su madre a la que respeta con locura (le mintió diciendo que vive en una casa compartida porque no quiere que la vea así). Tiene un amor de los verdaderos que se llama Noa. Cuando habla de él siempre dice mi chico, y es otra de sus grandes motivaciones para abandonar definitivamente la droga y la calle. “Por eso en cinco días tiene que cambiarme mi historia, porque sino cambia, yo la cambiaré”. Estuvo un año en prisión por problemas de droga, donde "me daban medicación psiquiátrica sin necesitarla. Me dejaron anulada totalmente como persona solo por el hecho de ser una persona vivaracha, porque me gusta reír, porque no me han visto llorar las funcionarias".

Esa, entre otras, es una de las razones por las que desconfía del sistema y de las instituciones que ayudan a este colectivo. “Yo no creo en proyecto Hombre por el simple hecho de que te quieren meter en una urna de cristal, y las urnas para los peces. No queda más que afrontar la realidad y vivir la droga en la puta calle”. Está de acuerdo en asumir sus responsabilidades y en pagar por lo que ha hecho, pero no esta dispuesta a soportar que traten de anular su personalidad. Más de un indigente coincide en que los organismos de ayuda, como el Samur Social (empresa privada subcontratada que da beneficios) y los Servicios Sociales, al contrario de favorecerlos complican su existencia e incluso, en algunas ocasiones, se vuelven hostiles. Cuentan –La Maru y Manuel (un colega suyo que participa en la conversación)– que más de una vez "vinieron los del Samur Social y nos despertaron por la madrugada, hacía un frío de la hostia y nos mojaron el suelo y los cartones para que nos fuéramos y no nos quedáramos en la calle". Lo achacan al hecho de vivir en el centro y de que ofrecen una mala imagen para los turistas. Si desde los organismos de ayuda a los indigentes se producen este tipo de hechos y no les ofrecen una verdadera asistencia personalizada, la sociedad que se siente incómoda cuando se encuentra con ellos en la calle pasa de largo por lo general. Sin embargo, es uno de los colectivos más vulnerables y amenazados de la sociedad española, así lo dice el INE: el 42% de las personas sin techo ha recibido insultos o amenazas, un 40% ha sido víctima de un robo y el 3,5% ha sufrido agresiones sexuales (13 % en las mujeres y 1,5% en los hombres); un 45,6% no pasa por la red asistencial y del 54,4% que sí la ha utilizado alguna vez, más del 60% opina que no le ha valido para nada. “En la escala social vamos a pisarnos los unos a los otros, y el que está más abajo es el más puteado porque lo pisa el uno, el otro y el otro. Estamos hasta el culo de que nos pisen”, dice la Maru con una dignidad que le ha valido el veto para entrar en los albergues, al igual que a otros compañeros que participaron en un vídeo emitido por elmundo.es, por el simple hecho de exigir soluciones correctas para ellos e intentar salir de la calle con dignidad. “Yo quiero cambiar, y me mandan con mi chico a Mayorales (un albergue), pero Mayorales yo no lo quiero, porque son barracones infrahumanos. Y en Casa de Campo (otro albergue) pasas un frío de la hostia. ¿Y qué pasa? Que a finales de marzo cierran Mayorales, lo abren solo para la campaña de frío. ¿Qué, na más somos pobres en invierno o qué?” Ya no confían demasiado en las instituciones y se cuestionan “¿Por qué necesitan que haya un Samur, un asistente social, cuando hay mil pisos en Madrid que están vacíos destinados a los sin techo? Pero si vas a eso. ¿Qué pasaría? Que dejaría de haber gente pobre en la calle y los que se verían en la calle serían el Samur Social, los asistentes sociales y su puta madre. Me parece injusto que nosotros seamos un negocio, seamos una letras de cambio”, comenta indignada. “Yo quiero que me adjudiquen un piso para irme con mi chico, y luego desde ahí empezar a desengancharme del caballo, ya que en la calle es muy jodido dejarlo, sobre todo porque necesitas un lugar donde poder recuperarte de los síntomas muy jodidos; el primer paso ya lo he dado, que es dejar la metadona. En la vida son escalones, yo sé que poco a poco lo voy a conseguir”, prosigue.

Pedro Cluster, un ex indigente de 54 años tiene un blog sobre indigencia, (http://www.sinhogar.org), además de participar en programas de radio y televisión para demandar apoyo real, ayuda, y aún mantiene amistad con sus ex compañeros de la calle. Es una de las pocas voces que reivindican los derechos de los sin techo. Su consigna es: CARIDAD NO, DERECHOS SÍ; DERECHO A UN TECHO DIGNO Y DERECHO A UNA CORRECTA ASISTENCIA SANITARIA. “Se sigue ofreciendo un sistema asistencialista y caritativo, más propio del siglo XIX que de nuestro tiempo, poco práctico, inútilmente costoso y nada eficaz. Pero eso sí, permite lavar conciencias, tranquilizar espíritus y enriquecer a unos cuantos”, explica en su blog. Pedro es amigo de Maru, ésta lo aprecia muchísimo y valora su coraje por haber dejado la calle. “Es un tío que está trabajando, que está ayudando a la gente que estamos en la calle; yo le adoro, ese si que es mi dios y mi líder”. Pedro tuvo suerte de encontrar un buen psicólogo y un psiquiatra (no un pastillero) que le ayudara a superar sus problemas mentales. Los problemas psíquicos y mentales son uno de los motivos de la exclusión social, aunque los perfiles del indigente son muy amplios. Según una encuesta de diciembre de 2005 del INE, corresponde a una persona con una edad media de 40 años, un 16% de los cuales tiene estudios universitarios y un 64 estudios secundarios. La mayoría son españoles, aunque cada vez hay más extranjeros, sobre todo de África, y se están viendo más sudamericanos en las calles (aunque en el caso de los inmigrantes el problema son los dichosos papeles). El alcohol, las drogas y la desestructuración familiar son otras de las circunstancias que llevan a la gente a vivir en la calle. Sin embargo, según dicha estadística, más de un 30% no tiene ninguna adicción y más de un 50% busca trabajo.

“Hay gente muy preparada, lo que pasa es que no nos escuchan, gente que te quedas con la boca abierta colega, verdaderos eruditos, y que han estado toda su puta vida trabajando pero por desgracias de la vida, por una depresión, por una hipoteca, por la familia, etc. están en la calle”, explica Maru, quien es un vivo ejemplo de ello: ha tenido casa, marido y una vida normal, ha trabajado como asistente sanitaria, pero ha caído por varios factores en este círculo (del cuál ha aprendido mucho, ha hecho amigos verdaderos y hasta el amor ha tenido un huequito en medio del infortunio). “Soy pobre en dinero pero en otras cosas soy súper millonaria y tengo muchas cosas que gente con pasta ni soñaría tener. ¡Tengo una pareja que adoro, creo en el amor y vivo el amor en la calle, yo a mi chico lo adoro y mi chico me adora!”. Pero el humano enseñado a juzgar apenas ve las apariencias. “¿A mí me dicen que soy una yonqui?, pues sí, pero qué me vas a contar que yo no sepa. Porque yo sé lo que soy, y soy una señora”. Manuel la apoya. “La persona que dice eso (que somos yonquis) lo mismo son empresarios, estafan al fisco, al estado y al pobre. Y luego miran en ella y dicen: ¡es que eres yonqui, eres una mal educada! O sea, que ellos mismos se están cubriendo con los más débiles que no se pueden defender. Pero ellos son el diablo en persona… la doble moral colega”. Maru alega “Nunca puedes hablar mal de nadie porque no sabes lo que te puede pasar mañana. Y nunca puedes escupir pa arriba porque te cae en toda la jeta”.

La charla es interesante, se habla de todo y de nada, como la vida misma. “Lo que tú siembras lo recoges”, dice Maru. “Y lo que no”, interrumpe Manuel, “porque también hay gente que ha hecho el bien y ha recibido el mal por exclusividad, y sin embargo los perros y los sinvergüenzas han tenido suerte y se han llevado lo que no se merecían y nosotros… ya ves”, culmina. “Quizá porque somos demasiado legales y vamos con la verdad”, replica Maru. Para Manuel está clarísimo cual es el trasfondo que hace que más gente se vea abocada a vivir en la calle. “Es el sistema el que lo está generando; la vivienda por las nubes, el empleo por los suelos y los empresarios se lo llevan todo. Está todo tan podrido que el sistema lo único que hace es generar más conflictos, desigualdades, más abusos… que a los pobres les toquen todos los palos sin haber roto ni un plato y los que se forran a romper platos no paguen ni un platillo de postre”. De repente, desbordando alegría llega El Elvis, acompañado de su canino colega El Compi, y se suma al grupo a conversar y a tomar un vino. Hasta hace poco estaba pidiendo a escasos metros de la plaza:¡Parejita, una monedita con alegría! O ¿Señores, algún millón que les sobre por ahí? Este muchacho de ojos tremendamente verdes cautiva a las chiquillas con sus galanterías, y a más de un transeúnte logra arrancar una sonrisa, siempre con esa vitalidad que lo caracteriza a la hora de conseguir alguna moneda. Pero no todos responden de la misma forma. “La otra noche pasaron dos maderos, uno era joven, y de repente se me queda mirando el menda y me dice: yo primero me suicido antes de estar pidiendo como tú. Y yo digo entre mí: que sabrás de la vida niñato, yo hasta hace seis años tenía pasta, familia y todo como tú, pero así es la vida, sin penas no sabría lo que es la alegría”, dice con una sonrisota y se larga detrás de una chavala que le presta atención. “Y se llaman educados”, dice Manuel (refiriéndose a los policías, el gobiernos y empresarios) gesticulando a modo de burla. “Si nos vamos a escudar en eso de la educación empezamos ya con la doble moral. Hoy parece que sólo tienen derecho a vivir bien cuatro, los demás ni siquiera pueden vivir bien normalmente. ¿Alguien va a cambiar eso? Porque es que en fechas de precampaña prometen de todo y en cuanto han cogido el poder ni te miran, na más que a los suyos, se reparten la vaca entre ellos y los demás no existimos”, apunta sin un solo respiro.

Sin embargo, el actual gobierno proponía en su programa electoral de hace cuatro años desarrollar planes autonómicos y locales de lucha contra la pobreza, elaborados desde la unidad de criterios y de intervención, con la participación de todos los agentes implicados. No obstante, los principales agentes implicados (los indigentes) no notan la efectividad. “Existen servicios sociales como albergues, comedores o servicios sanitarios. Pero las cifras y los hechos reflejan una insuficiencia en la atención y recursos destinados a las Personas sin Hogar, responsabilidad de la Administración Pública”. Así lo percibe Pedro Cluster, la voz más crítica con las ineficiencias de las instituciones y organismos de la Comunidad de Madrid. “La persona que está en la calle molesta y no tiene ningún derecho. A un indigente nadie le cuenta nunca a que tiene derecho, alguno tendremos digo yo. ¿No será que hay miedo a que se exijan responsabilidades, a que se cuestione el actual sistema de funcionamiento, a que se exijan resultados, a que se estudie a fondo la actual aplicación de los recursos?”, remata.

“Va a llover” dice La Maru, contenta al ver llegar a su amor El Noa. Pero la casita hecha por el ingeniero del cartón (así lo conocen sus colegas) está lista y a punto para protegerse de la lluvia… y a pasar otra noche más al cobijo del cielo; aunque hoy por culpa de la lluvia no podrán gozar de las estrellas.

Memorias de las putas tristes


Mujeres que se prostituyen, la mayoría lo hace a la fuerza, presas de las mafias. Su vida se convierte en un infierno cuando caen en las redes de trata de blancas. Muchas no logran salir de ese círculo. Drogas, armas y delincuencia mueven las ruedas de organizaciones criminales internacionales que se lucran con este archimillonario negocio. En las calles de Madrid, se encuentra muchas de estas mujeres ejerciendo su oficio, obligadas o no, trabajan dentro de un entorno complicado y hostil.

Retazos de vidas de la calle

Caminar por el centro de Madrid a las horas nocturnas donde se concentra el gentío es suicidarse; muchedumbres desaforadas cargando bolsas multicolores, pisotones, griterío de voces, cláxones que bombardean de todos lados al ya sufrido oído del transeúnte capitalino y toda la ilusión que venden las luces de neón para los que tienen dinero. No hay más que ir a Sol para encontrarse con una escena así. Pero si se quiere escapar de esa emboscada, de la ruta comercial habitual, no queda otra opción que introducirse en las calles tortuosas, todo con el fin de salir de esa pesadilla donde parece que la masa atrapa al individuo. Un desvío casi inevitable, si se quiere llegar a Gran Vía, es la calle Montera. El termómetro marca 3 grados de frío. Son las 11 de la noche de una noche cualquiera. A pocos pasos de una comisaría se encuentran mujeres agazapadas en los árboles y arrimadas en los portales para vender sus cuerpos. A pesar del frío, llevan pantalones pegados y blusas descotadas con el propósito de animar a los clientes.

Para los consumidores de sexo el abanico de opciones que ofrece la calle es muy grande. Mujeres de varios países, de todos los pelajes, colores, edades y nacionalidades se agrupan para complacer al cliente a cambio de dinero. La mayoría de las chicas que trabajan en la calle Montera cobran unos 25 míseros euros a cambio de favores sexuales, el tiempo estimado de contratación suele ser de media hora, sin embargo: “todo se puede negociar”. Cerca al metro Gran Vía hay un respiradero que vomita aire caliente donde se concentran 4 muchachas búlgaras para hacer más llevadero el frío. Una de ellas trae consigo una pequeña caja de cartón para sentarse, y a esperar… Todas rondan entre los 18 y 25 años pero su juventud queda disimulada por las vagas expresiones de sus rostros. No quieren hablar, y es lógico, el tiempo representa dinero. “Solo queremos trabajar”, dice una chica de estatura mediana que lleva tacones para aparentar más altura, las demás fuman y hablan en búlgaro. Sin embargo Laura (nombre de guerra) comenta las razones por las que se metió en este oficio azaroso. “Vine de Bulgaria hace un mes, una amiga mía me ayudó a venir”, explica al tiempo que le da una calada al cigarro, y continúa: “Me dijo que era para trabajar en la casa de una señora, pero cuando llegué, me encontré con esto”. El trabajo le resulta desagradable. “Pero que más puedo hacer si necesito mandar dinero a mi madre y a mis hermanos”, concluye. La mayoría rehúye hablar de las intimidades del oficio, pero en sus miradas se intuye el desaliento disfrazado de seguridad en sí mismas, y su convicción de que el suyo, es un trabajo como cualquier otro.

A pesar de la aparente normalidad del oficio de las “trabajadoras sexuales”, en España (y en el mundo) la realidad dista mucho de ser tan ideal o tolerable como se piensa en algunos círculos que defienden con las uñas el negocio de la prostitución y se hacen voceros de una causa que no engloba a la inmensa mayoría de las mujeres prostituidas. Aunque no se manejen estadísticas donde se ponga de relieve que la inmensa mayoría de la prostitución no es voluntaria, datos de la Guardia Civil revelan que aproximadamente tan sólo un 5% de las mujeres que ejercen la prostitución en España, afirman hacerlo voluntaria y libremente. El resto, constituye un 95%, muchas de ellas tras haber sido secuestradas, violadas, apaleadas y amenazadas con represalias contra sus familiares. Es decir, que la inmensa mayoría de mujeres lo hacen forzadas, aunque frente a la policía o la Guardia Civil, afirmen haber llegado a España para ejercer la prostitución voluntariamente. Y esto es así porque si denuncian, ni sus familias ni ellas mismas están a salvo, ni tienen garantías razonables de que los que las traen y las llevan, las venden, revenden, les pegan y les quitan el dinero, sean atrapados y castigados, ni que aún siendo así, su seguridad esté garantizada. El 90% de las mujeres que ejercen la prostitución no son españolas, la abrumadora mayoría son inmigrantes y se encuentran en situación irregular. El mayor número de las mujeres que ejercen la prostitución en España, proceden de América Latina, le siguen las mujeres procedentes de Europa Oriental y en último lugar las de África, siendo una minoría las españolas. En cualquier, caso los abusos y peligros que sufre este colectivo son alarmantes, algo que denuncia la UGT en un informe sobre la prostitución: “La imagen de la prostitución vista desde fuera que se nos vende, es la de una prostitución libre y rodeada de dinero. Pero dentro, aun tratándose de mujeres que no han sido traficadas, y que voluntariamente se prostituyen, tanto inmigrantes como nacionales, hay agresiones personales, violaciones y agresiones sexuales de todo tipo, malos tratos, tratos vejatorios, transmisión de enfermedades y prácticas que provocan graves daños a la salud de las prostitutas”.

“No es que me guste esto pero gano más dinero para mandar a mi hija, todo lo hago por ella”, dice Casandra, que trabaja dos árboles más abajo que Laura. Tiene 28 años, y aunque llegó hace tres de Bucarest todavía chapucea el español. Viste unos pegados pantalones azules, botines de taco alto y una chaqueta negra con una inscripción en la espalda que dice beauty. En Rumanía trabajaba en una discoteca pero el motivo de su llegada a España fue su hija que tiene cinco años. “Me vine después de que la doctor me dijo que necesitaba un trasplante de corazón que vale 25 mil euros”, dice, mirando fijamente a un punto muerto, mientras devora un kebab. Trabajó durante un año en limpiezas. “Pero se gana poco y yo necesito más dinero”, continúa. “Tengo marido, nadie sabe que estoy trabajando en esto”, prosigue en un tono bajito. En la calle, dependiendo del día logra sacar el doble o más del salario de su antiguo trabajo. “Todo depende si la policía deja trabajar”, dice, al tiempo que pasa un patrullero. La policía reduce la velocidad mientras el copiloto grita a una muchacha: “No fumes, que eso es malo”. La experiencia de la calle les enseña a ser duras y desconfiadas. Por eso muchas veces se muestran desafiantes ante la autoridad.

El análisis de la prostitución como problema se puede enfocar desde varios puntos de vista, ya que el intrincado debate acerca de su solución parece insalvable debido a las divergencias entre los distintos grupos sociales. Existen posturas unilaterales, que solo abordan un aspecto de la realidad. Pero todos los que amparan una solución (política, económica, jurisprudencial, moralista, etc.) están de acuerdo en algo. Nadie tiene dudas acerca de la esclavitud, sobre el tráfico ilegal de mujeres y/o niños/as, o sobre la explotación de mujeres y niños con fines sexuales: todas estas formas son rápidamente reconocidas como prácticas que deben erradicarse y contrarias a los derechos humanos. No obstante los desacuerdos son evidentes en cuanto se habla de la prostitución como un ejercicio practicado libremente. Desde los estados se plantean tres sistemas que pretenden solucionar el problema de la prostitución. Así lo recoge un informe de UGT:

« Desde el sistema reglamentarista, la prostitución cumple con una función pública. La prostitución femenina resulta ser una válvula de escape a una sexualidad masculina no canalizable de otra forma; proporciona compañía, aliviando la soledad del hombre y constituye un mecanismo de prevención de la violación y el abuso sexual a otras mujeres y a otras poblaciones vulnerables como los menores. En cambio, en el sistema prohibicionista, el Estado asume a las personas que practican la prostitución como delincuentes que deben responder ante la Justicia y en el mejor de los casos rehabilitarse o reeducarse. Este sistema lleva aparejado una fuerte carga moral por parte de las instituciones que lo apoyan, y en general constituye una eliminación de un plan en la reinserción de las prostitutas. Se niegan todos los derechos a las prostitutas. Por último, el sistema abolicionista persigue a aquellos agentes que inducen, mantienen, permiten y se benefician de la prostitución ajena. Este sistema se fundamenta en la consideración de que toda forma de prostitución es una explotación del cuerpo del ser humano y que la reglamentación de la actividad sólo consigue perpetuar esta injusticia. Las personas que ejercen la prostitución no se consideran delincuentes, sino más bien víctimas del tráfico humano, necesitadas de ayuda que se presta desde el Estado a través de programas de tratamiento y reeducación. »

Pero no todos comparten la opinión de que la prostitución es un problema social. Para Justine Abellán, ex-trabajadora sexual y actualmente orientadora de derechos civiles de las prostitutas, además de sindicalista afiliada a Comisiones Obreras, la prostitución no es un problema social: el problema es la hipocresía social. “Posiblemente lo que más moleste es el hecho de que conseguimos autosuficiencia económica y que además tenemos todo el control sobre nuestro sexo. Quizás ese sea el problema para un sector de la sociedad” dice, en una conferencia organizada por Comisiones Obreras en Madrid. Para esta mujer que ha trabajado como prostituta y ha regentado locales de alterne en distintas ciudades de España, los expertos en el tema no suelen contar la verdad, y se limitan a analizar la situación de la prostitución sin una base real. “Quienes nos utilizan en sus discursos debieran conocer mejor de lo que hablan, y sobre todo conocernos mejor”, argumenta, al tiempo que responde: “se hace prostitución voluntaria, en algunos casos por necesidad laboral aunque cueste, pero ¿cuánta gente trabaja en cosas que no le apetecen? ¿Cuánta gente tiene diferentes titulaciones y no las puede ejercer y está haciendo otros trabajos porque tiene que pagar la hipoteca o porque tiene que comer?”. Se inclina a favor de la regularización del oficio y en contra de las propuestas abolicionistas que “tienden a esconder bajo la alfombra todo lo que molesta a esa falsa moral. Ése es el gran problema. ¿Vamos a ser de verdad progresistas o vamos a seguir con esos discursitos y excusas? Yo creo que como que mejor que no. De verdad, vamos a ser serios de una vez y vamos a valorar las cosas como son, es un trabajo y no hay que tener miedo”. Esta réplica la da con la voz de la experiencia, que le da la “legitimidad para decir realmente qué es lo que piensa este colectivo, a diferencia de otras que desconocen bastante el tema”. Desde la tribuna, Justine objeta a la sociedad que está en contra de la reglamentación de la prostitución que: “sólo desde la honestidad, desde el diálogo y la capacidad de desaprender absolutos códigos de falsa moral y con voluntad de progreso podemos entender los derechos y las necesidades de este colectivo laboral”.

El caso de Justine se puede decir que tuvo un final alentador. No obstante, la cruda realidad del estancamiento de los derechos de la mujer en general, y los precarios salarios laborales en particular, constituyen un elemento más de la discriminación de género, e instituye una de las verdaderas motivaciones de muchas mujeres que se alquilan; su afán es el de obtener mucho dinero en poco tiempo. Algunas mujeres prefieren la calle a trabajar de internas en una casa. Gisela llegó de Rumanía hace tres meses y se estableció en la calle Montera. Se vino sola, nadie la obligó. No hubo mafias de por medio. Antes de esto, trabajó de lunes a sábado de empleada doméstica, cobraba unos 600 euros al mes. “No tenía descanso, incluso en la noche me despertaban si el niño estaba enfermo, trabajaba a todas horas”, explica con cierta amargura. Por cosas de la vida, como ella argumenta, terminó en la calle. El caso de Gisela es una de las pocas modalidades que adopta este negocio rentable, que mueve unos 50 millones de euros diarios en España. Al año, el negocio del sexo de pago, que se desarrolla en clubs, pisos y en la calle, genera entre 12.000 y 18.000 millones de euros, según las conclusiones de la Primera Jornada Internacional sobre explotación sexual. 300.000 es el número de mujeres que ejercen la prostitución en España, según las cifras del Cuerpo Nacional de Policía, aunque algunas asociaciones elevan el número hasta las 500.000. Sin embargo, no parecen preocupar los alarmantes datos, que indican que España se ha convertido en muy pocos años, en un país con un fuerte atractivo para las bandas que trafican con extranjeros para explotarles en el mercado del sexo. De igual forma, los datos recogidos por la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención de la Mujer Prostituta (APRAMP) en una encuesta realizada a los consumidores de sexo, es alarmante. Cada vez las prefieren más jóvenes y solicitan sexo sin preservativo. La primera encuesta que realizó esta ONG a clientes de este mercado fue en 1996, los datos revelaban que el perfil respondía a un hombre de una edad de 40 años, casado y que conocía los riesgos de transmisión sexual si no se tomaban las medidas necesarias. “La situación ha cambiado radicalmente”, sentencia el informe de esta organización no lucrativa que lleva veintiséis años ayudando a las prostitutas. Los datos dibujan un perfil robot del nuevo cliente. “Es un hombre mucho más joven que hace una década, una edad promedio de 30 años, poco informado, y lo que es peor, poco interesado en conocer el riesgo de contraer y transmitir enfermedades sexuales; busca prostitutas jóvenes y se siente atraído por el look adolescente, casi infantil; consume alcohol y drogas cuando está con las mujeres prostituidas, a las que incita a consumir; pide sexo sin precaución y está dispuesto a pagar más para no usar preservativo”, determina el estremecedor informe. De igual forma añade que “la edad media de las mujeres que se prostituyen está bajando peligrosamente, sobre todo en la calle, donde está entre los 18 y 25 años”. Una encuestadora revela secretos de chicas que le cuentan fantasías de sus clientes, como por ejemplo que “algunos llevan las faldas de sus hijas y que les piden que se las pongan durante la relación sexual, y otros les piden que se pongan coletas”.

En la calle del Desengaño se puede mirar a mujeres paradas en las esquinas, mujeres que huelen a flores muertas, arrimadas a las paredes con poses que pretenden provocar a los clientes; y si no logran seducirlos con sus cuerpos, se entregan a la agotadora tarea de perseguirlos. “¿Vamos a follar, papi?”, le dice una muchacha rubia, en un español malísimo, a un hombre que pasa junto a un sex shop. Por su acento se intuye que es de un país del Este (aunque eso no dice gran cosa). El hombre, que lleva un abrigo negro y tiene pinta de oficinista sigue derecho, pero frente a una vacilación suya, la muchacha rubia lo sujeta de una manga del abrigo y trata de convencerlo hablándole al oído promesas picantes. “Ahora no tengo dinero”, le responde éste, la más fácil artimaña para deshacerse de ella. Y a pesar de la insistencia de la muchacha, el hombre de abrigo negro logra soltarse con mucha sutileza y retroceder con mucha soltura, prometiéndole seguramente, que volverá.

Cerca de un chino, otras chicas se maquillan y juegan, se mueven de una forma que parece como si estuvieran en su casa. Más allá se puede distinguir fácilmente a una veterana del oficio dándole un consejo a una compañera africana. “Corazón, te queda mejor el pelo como lo tenías antes”, la anima con un tono maternal. Parece que la respetan mucho, es española, de unos cincuenta años, de esas señoras que en su tiempo debió levantar pasiones y romper matrimonios. Ahora, con los pechos que ceden inclementes a la gravedad, espera algún amor de misericordia que le devuelva la gloria robada. Comenta que todo está flojo. “Ya ves cariño, no tenemos trabajo”. Lleva mucho tiempo trabajando. Hasta ahí se puede bucear en su interior. “Es más fácil desnudarse de cuerpo que de alma”, dice sonriendo, como si no dijera gran cosa… y cambia de tema. “Ahora hay más competencia, pero yo tengo mis clientes fijos, así que no me molesta que la chicas se ganen la vida”. No puede ocultar, a pesar de su gracia al hablar, cierta añoranza y unos ribetes de envidia por las jóvenes que la destronan. “Lo malo del oficio es que hay chicas que cobran una porquería, por diez euros te hacen una mamada, y ya ves… así no se puede”, concluye.

En ella, al igual que en Gisela, Laura y Casandra hay una historia individual oculta, lejana a las estadísticas, esas cifras odiosas que no dicen gran cosa; una vida con penas y glorias, como la de cualquiera. Una vida que quizás no es como la de las chicas africanas que si fueron vendidas por las mafias, al igual que sus antepasados fueron negociados en los mercados negreros. Cada chica, una historia; y en la calle del Desengaño y la Montera muchas historias; y en Madrid miles de historias; y en España cientos de miles de historias… Vidas que en la mayoría de los casos son obligadas a prostituirse, temas que la sociedad soslaya, incluso apoya; como por ejemplo los propios medios de comunicación, al tener clasificados de chicas que ofrecen sus servicios, o más bien, de servicios que sus jefes colocan para vender más carne, pero como el mercado es libre, ya se sabe… Aunque bien es cierto que hay mujeres que trabajan libremente. Sin embargo, la prostitución no se puede pretender abarcar sólo desde un punto de vista; es algo complicado que ofrece muchos matices y formas de enfocarse. El trasfondo de todo, sin embargo, se encuentra en la inmigración, las catástrofes naturales, la desestructuración familiar, la desigualdad de género, la pobreza mundial… todo un abundante caldo de cultivo para los proxenetas y las mafias que trafican con seres humanos. Solo en el 2006 se desarticularon 429 redes de traficantes de personas, según el Ministerio del Exterior; pero al parecer esto no es ni tan siquiera la punta del iceberg de lo que se está moviendo en España en relación al tráfico ilegal de personas con fines de explotación sexual.

Mientras tanto, las muchachas de Desengaño, guardan celosamente su puesto de trabajo; espacio delimitado por la ley de la calle y la desfachatez de los proxenetas que son los reyes de la acera. En la esquina se encuentra uno, viste una ceñida chaqueta de piel, zapatillas de marca y un reloj de los que valen; se lo distingue por la forma de mirar sin ver a las chicas, hacer como si no estuviese ahí, pero controlando cualquier movimiento.

Otra rubia se acerca a un transeúnte apurado y le propone subir a una habitación de un viejo edificio. Se llama Zoila. “Pero si subimos a la pieza me puedes llamar como tu quieras”, le dice en vano, mientras le acaricia la escurridiza cara con una mano yerta. Es colombiana, su acento la delata; su forma casi infantil de hablar recuerda a “aquellas muchachitas que se acostaban por hambre”, evocadas en Cien Años de Soledad. Antes de que se le acercara, hablaba en voz alta con una amiga, se la notaba cabreada y despotricaba contra el chulo que le saca más de la mitad del jornal. A pesar de todo dice quererlo. “Me da todo lo que yo quiero y no me pega por lo menos, antes tenía otro novio que me pegaba, por eso lo dejé a ese cabrón”, dice, mientras se arregla un mechón de su cabello. No es muy fácil hablar con ellas sobre temas íntimos del oficio. Siempre se van por la tangente o se enfadan y ultiman diciendo “¿vas a follar o no?”.

La Gran Vía, avenida emblemática de Madrid, alberga tiendas de grandes marcas que acogen a elegantes señoras y caballeros, por cuyas aceras parecen flotar las bolsas de compras, el caótico tráfico, la gente apurada, cines y teatros, símbolo de una metrópoli que no envidia a ninguna ciudad del mundo… pero a tan solo una esquina de la calle más popular de Madrid, se hallan muchachas que venden sus cuerpos; algunas lo hacen por decisión propia, y muchas forzadas, pero en todo caso, la gran mayoría con la esperanza de salir de esa vida.


lunes, 8 de diciembre de 2008

Carta de buenas intenciones

Difícil empresa, esta en la que me meto, justo ahora en el momento en que ya no cabe ni una letra más en este infinito mar de información, en este mundo tan copado de palabras que nuestras neuronas cansadas trabajan tanto que terminan por confundir el verdadero significado de las palabras.
Los más optimistas predicadores de “la sociedad de la información” creyeron que los dueños del mundo lograrían que toda la humanidad estuviera informada, pero no previeron que iban a construir un modelo único de verdad absoluta donde el monopolio de una información viciada por intereses (no siempre positivos para la mayoría de la sociedad), lograría una saturación de datos en el mundo actual y un descrédito hacia la prensa que en muy pocos momentos históricos se había dado.
Y sin embargo ahora se me da a mí por meter más lava en el cráter pensando como un entusiasta escritor que esto lo va a leer el mundo entero, y que salvaré a la humanidad de tanto desastre con mis ideas e impresiones, y nuevas generaciones tomarán de mi ejemplo periodístico los valores que se perdieron en los grandes medios de comunicación y que apenas se encuentran en pequeños espacios.
Nada más lejos de eso me propongo al remitir a la persona en la que por desgracia caiga este escrito. No es ese el propósito delirante de estas andanzas de letras que deambularán por este ciberespacio infinito. Tampoco es una simple y vanidosa necesidad de escribir lo que se ve en la vida y en la calle, ya abundan críticos de esos por doquier; mi deseo es quizá algo más sencillo y por lo tanto más difícil de lograr: colar las noticias y acontecimientos de cualquier índole para desmigajarlas y tratar de buscarles el lado que no salió en el noticiero, empujar la espalda de eso que “los otros dicen” para tratar de que muestren la cara y quizá con mucha suerte encontrarles un sentido a esos intrincados misterios de la vida que seguro los dioses del más allá y del más acá se empeñan en esconderlos.
Sobra explicar que toda forma de expresión conforma una visión exclusiva pero no excluyente de la realidad propia del ser humano y del entorno que lo rodea. Es este divino resquicio que separa y junta a la vez a los hombres del individuo el que nos permite encontrarnos, disfrutar de nuestras similitudes así como confrontar nuestras diferencias, siempre con la esperanza de encontrar territorios comunes en los que nos identifiquemos y si acaso conocer otros que nunca habíamos habitado. No seré objetivo porque eso es un invento, que como dijo un poeta nicaragüense “todos estos que joden con esto de la religión de la objetividad, no quieren ser objetivos quieren ser objetos para salvarse del dolor humano”, pero si seré leal a mis principios y lo más honesto en cuanto a la observación de la realidad y su análisis. Mi forma de pensar está condicionada por ciertos aspectos culturales, sociales, políticos y hasta geográficos. Expondré pues, todo aquello que crea relevante y curioso para ensayar más este experimento bloggero que ni yo mismo sé como carajo va a terminar. Mi nombre no es real porque creo no interesa demasiado; mis influencias musicales, literarias, filosóficas y de la universidad de la calle si serán relevantes. Escribiré lo que me inquieta, lo que me parece injusto, lo que me parece admirable y hasta lo que no me parece; intentaré encontrar el equilibrio entre las impresiones personales y las de la gente para que no sea un simple y destartalado soliloquio de impresiones narcisistas que con pesar abundan en la red. Sé que es difícil pero lo voy a intentar.
Y después de haber escrito de modo formal esta carta de buenas intenciones solo me queda decirte que gracias por leer a este servidor que no revela hasta último momento que su verdadera intención al crear este espacio es escribir para aprender, y que la soledad sea este sitio donde nos encontremos los inconformes y locos que creemos que un mundo más bonito, no nos lo regalarán, sino que tendremos que lucharlo palmo a palmo, palabra a palabra.