miércoles, 1 de febrero de 2012

Una historia que no terminó mal


A los 11 años de edad, Manuel (nombre ficticio), se introdujo en el laberíntico mundo de las drogas. Empezó fumando en el barrio “donde todos lo hacían” y de a poco fue cayendo más adentro. Así, su vida transcurrió durante muchos años por callejones oscuros de inmundicia, donde el ser pierde todo lo humano. Es la historia de casi todos los que transitan por ese desenfreno: adicción, delincuencia, pérdida de la familia, rechazo de la sociedad… Había caído de tal manera que sus brazos no soportaban ni un pinchazo más. “Me picaba porque el efecto era más rápido que meterse la cocaína por la nariz y con dos papeletas pasaba todo el día”. Cuenta que en cierta ocasión, él y otros amigos más, se encerraron en una casa a consumir durante cuatro días. “Estaba tan mal que me sentía ultrajado era como si me hubiesen violado”. Entre sus colegas de aguja estaba un enfermo de VIH pero su pérdida de noción de la realidad era tal que iba a compartir la jeringuilla. “El Culebra me la pasó y justo cuando me iba a pinchar tumbaron la puerta y entró la policía”. Manuel asegura que fue Dios quien lo ayudó, en cualquier caso, la alerta de los vecinos lo salvó de una tragedia casi asegurada. Luego vendría la dolorosa rehabilitación en la que “es como empezar todo de nuevo” y limpiarse las secuelas de la droga en el cuerpo y en el espíritu. De eso hace ya 13 años. A estas alturas de su vida, se permite de vez en cuando tomar una cerveza en algún asado. “La disfruto como nunca”, dice.

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