jueves, 11 de diciembre de 2008

Memorias de las putas tristes


Mujeres que se prostituyen, la mayoría lo hace a la fuerza, presas de las mafias. Su vida se convierte en un infierno cuando caen en las redes de trata de blancas. Muchas no logran salir de ese círculo. Drogas, armas y delincuencia mueven las ruedas de organizaciones criminales internacionales que se lucran con este archimillonario negocio. En las calles de Madrid, se encuentra muchas de estas mujeres ejerciendo su oficio, obligadas o no, trabajan dentro de un entorno complicado y hostil.

Retazos de vidas de la calle

Caminar por el centro de Madrid a las horas nocturnas donde se concentra el gentío es suicidarse; muchedumbres desaforadas cargando bolsas multicolores, pisotones, griterío de voces, cláxones que bombardean de todos lados al ya sufrido oído del transeúnte capitalino y toda la ilusión que venden las luces de neón para los que tienen dinero. No hay más que ir a Sol para encontrarse con una escena así. Pero si se quiere escapar de esa emboscada, de la ruta comercial habitual, no queda otra opción que introducirse en las calles tortuosas, todo con el fin de salir de esa pesadilla donde parece que la masa atrapa al individuo. Un desvío casi inevitable, si se quiere llegar a Gran Vía, es la calle Montera. El termómetro marca 3 grados de frío. Son las 11 de la noche de una noche cualquiera. A pocos pasos de una comisaría se encuentran mujeres agazapadas en los árboles y arrimadas en los portales para vender sus cuerpos. A pesar del frío, llevan pantalones pegados y blusas descotadas con el propósito de animar a los clientes.

Para los consumidores de sexo el abanico de opciones que ofrece la calle es muy grande. Mujeres de varios países, de todos los pelajes, colores, edades y nacionalidades se agrupan para complacer al cliente a cambio de dinero. La mayoría de las chicas que trabajan en la calle Montera cobran unos 25 míseros euros a cambio de favores sexuales, el tiempo estimado de contratación suele ser de media hora, sin embargo: “todo se puede negociar”. Cerca al metro Gran Vía hay un respiradero que vomita aire caliente donde se concentran 4 muchachas búlgaras para hacer más llevadero el frío. Una de ellas trae consigo una pequeña caja de cartón para sentarse, y a esperar… Todas rondan entre los 18 y 25 años pero su juventud queda disimulada por las vagas expresiones de sus rostros. No quieren hablar, y es lógico, el tiempo representa dinero. “Solo queremos trabajar”, dice una chica de estatura mediana que lleva tacones para aparentar más altura, las demás fuman y hablan en búlgaro. Sin embargo Laura (nombre de guerra) comenta las razones por las que se metió en este oficio azaroso. “Vine de Bulgaria hace un mes, una amiga mía me ayudó a venir”, explica al tiempo que le da una calada al cigarro, y continúa: “Me dijo que era para trabajar en la casa de una señora, pero cuando llegué, me encontré con esto”. El trabajo le resulta desagradable. “Pero que más puedo hacer si necesito mandar dinero a mi madre y a mis hermanos”, concluye. La mayoría rehúye hablar de las intimidades del oficio, pero en sus miradas se intuye el desaliento disfrazado de seguridad en sí mismas, y su convicción de que el suyo, es un trabajo como cualquier otro.

A pesar de la aparente normalidad del oficio de las “trabajadoras sexuales”, en España (y en el mundo) la realidad dista mucho de ser tan ideal o tolerable como se piensa en algunos círculos que defienden con las uñas el negocio de la prostitución y se hacen voceros de una causa que no engloba a la inmensa mayoría de las mujeres prostituidas. Aunque no se manejen estadísticas donde se ponga de relieve que la inmensa mayoría de la prostitución no es voluntaria, datos de la Guardia Civil revelan que aproximadamente tan sólo un 5% de las mujeres que ejercen la prostitución en España, afirman hacerlo voluntaria y libremente. El resto, constituye un 95%, muchas de ellas tras haber sido secuestradas, violadas, apaleadas y amenazadas con represalias contra sus familiares. Es decir, que la inmensa mayoría de mujeres lo hacen forzadas, aunque frente a la policía o la Guardia Civil, afirmen haber llegado a España para ejercer la prostitución voluntariamente. Y esto es así porque si denuncian, ni sus familias ni ellas mismas están a salvo, ni tienen garantías razonables de que los que las traen y las llevan, las venden, revenden, les pegan y les quitan el dinero, sean atrapados y castigados, ni que aún siendo así, su seguridad esté garantizada. El 90% de las mujeres que ejercen la prostitución no son españolas, la abrumadora mayoría son inmigrantes y se encuentran en situación irregular. El mayor número de las mujeres que ejercen la prostitución en España, proceden de América Latina, le siguen las mujeres procedentes de Europa Oriental y en último lugar las de África, siendo una minoría las españolas. En cualquier, caso los abusos y peligros que sufre este colectivo son alarmantes, algo que denuncia la UGT en un informe sobre la prostitución: “La imagen de la prostitución vista desde fuera que se nos vende, es la de una prostitución libre y rodeada de dinero. Pero dentro, aun tratándose de mujeres que no han sido traficadas, y que voluntariamente se prostituyen, tanto inmigrantes como nacionales, hay agresiones personales, violaciones y agresiones sexuales de todo tipo, malos tratos, tratos vejatorios, transmisión de enfermedades y prácticas que provocan graves daños a la salud de las prostitutas”.

“No es que me guste esto pero gano más dinero para mandar a mi hija, todo lo hago por ella”, dice Casandra, que trabaja dos árboles más abajo que Laura. Tiene 28 años, y aunque llegó hace tres de Bucarest todavía chapucea el español. Viste unos pegados pantalones azules, botines de taco alto y una chaqueta negra con una inscripción en la espalda que dice beauty. En Rumanía trabajaba en una discoteca pero el motivo de su llegada a España fue su hija que tiene cinco años. “Me vine después de que la doctor me dijo que necesitaba un trasplante de corazón que vale 25 mil euros”, dice, mirando fijamente a un punto muerto, mientras devora un kebab. Trabajó durante un año en limpiezas. “Pero se gana poco y yo necesito más dinero”, continúa. “Tengo marido, nadie sabe que estoy trabajando en esto”, prosigue en un tono bajito. En la calle, dependiendo del día logra sacar el doble o más del salario de su antiguo trabajo. “Todo depende si la policía deja trabajar”, dice, al tiempo que pasa un patrullero. La policía reduce la velocidad mientras el copiloto grita a una muchacha: “No fumes, que eso es malo”. La experiencia de la calle les enseña a ser duras y desconfiadas. Por eso muchas veces se muestran desafiantes ante la autoridad.

El análisis de la prostitución como problema se puede enfocar desde varios puntos de vista, ya que el intrincado debate acerca de su solución parece insalvable debido a las divergencias entre los distintos grupos sociales. Existen posturas unilaterales, que solo abordan un aspecto de la realidad. Pero todos los que amparan una solución (política, económica, jurisprudencial, moralista, etc.) están de acuerdo en algo. Nadie tiene dudas acerca de la esclavitud, sobre el tráfico ilegal de mujeres y/o niños/as, o sobre la explotación de mujeres y niños con fines sexuales: todas estas formas son rápidamente reconocidas como prácticas que deben erradicarse y contrarias a los derechos humanos. No obstante los desacuerdos son evidentes en cuanto se habla de la prostitución como un ejercicio practicado libremente. Desde los estados se plantean tres sistemas que pretenden solucionar el problema de la prostitución. Así lo recoge un informe de UGT:

« Desde el sistema reglamentarista, la prostitución cumple con una función pública. La prostitución femenina resulta ser una válvula de escape a una sexualidad masculina no canalizable de otra forma; proporciona compañía, aliviando la soledad del hombre y constituye un mecanismo de prevención de la violación y el abuso sexual a otras mujeres y a otras poblaciones vulnerables como los menores. En cambio, en el sistema prohibicionista, el Estado asume a las personas que practican la prostitución como delincuentes que deben responder ante la Justicia y en el mejor de los casos rehabilitarse o reeducarse. Este sistema lleva aparejado una fuerte carga moral por parte de las instituciones que lo apoyan, y en general constituye una eliminación de un plan en la reinserción de las prostitutas. Se niegan todos los derechos a las prostitutas. Por último, el sistema abolicionista persigue a aquellos agentes que inducen, mantienen, permiten y se benefician de la prostitución ajena. Este sistema se fundamenta en la consideración de que toda forma de prostitución es una explotación del cuerpo del ser humano y que la reglamentación de la actividad sólo consigue perpetuar esta injusticia. Las personas que ejercen la prostitución no se consideran delincuentes, sino más bien víctimas del tráfico humano, necesitadas de ayuda que se presta desde el Estado a través de programas de tratamiento y reeducación. »

Pero no todos comparten la opinión de que la prostitución es un problema social. Para Justine Abellán, ex-trabajadora sexual y actualmente orientadora de derechos civiles de las prostitutas, además de sindicalista afiliada a Comisiones Obreras, la prostitución no es un problema social: el problema es la hipocresía social. “Posiblemente lo que más moleste es el hecho de que conseguimos autosuficiencia económica y que además tenemos todo el control sobre nuestro sexo. Quizás ese sea el problema para un sector de la sociedad” dice, en una conferencia organizada por Comisiones Obreras en Madrid. Para esta mujer que ha trabajado como prostituta y ha regentado locales de alterne en distintas ciudades de España, los expertos en el tema no suelen contar la verdad, y se limitan a analizar la situación de la prostitución sin una base real. “Quienes nos utilizan en sus discursos debieran conocer mejor de lo que hablan, y sobre todo conocernos mejor”, argumenta, al tiempo que responde: “se hace prostitución voluntaria, en algunos casos por necesidad laboral aunque cueste, pero ¿cuánta gente trabaja en cosas que no le apetecen? ¿Cuánta gente tiene diferentes titulaciones y no las puede ejercer y está haciendo otros trabajos porque tiene que pagar la hipoteca o porque tiene que comer?”. Se inclina a favor de la regularización del oficio y en contra de las propuestas abolicionistas que “tienden a esconder bajo la alfombra todo lo que molesta a esa falsa moral. Ése es el gran problema. ¿Vamos a ser de verdad progresistas o vamos a seguir con esos discursitos y excusas? Yo creo que como que mejor que no. De verdad, vamos a ser serios de una vez y vamos a valorar las cosas como son, es un trabajo y no hay que tener miedo”. Esta réplica la da con la voz de la experiencia, que le da la “legitimidad para decir realmente qué es lo que piensa este colectivo, a diferencia de otras que desconocen bastante el tema”. Desde la tribuna, Justine objeta a la sociedad que está en contra de la reglamentación de la prostitución que: “sólo desde la honestidad, desde el diálogo y la capacidad de desaprender absolutos códigos de falsa moral y con voluntad de progreso podemos entender los derechos y las necesidades de este colectivo laboral”.

El caso de Justine se puede decir que tuvo un final alentador. No obstante, la cruda realidad del estancamiento de los derechos de la mujer en general, y los precarios salarios laborales en particular, constituyen un elemento más de la discriminación de género, e instituye una de las verdaderas motivaciones de muchas mujeres que se alquilan; su afán es el de obtener mucho dinero en poco tiempo. Algunas mujeres prefieren la calle a trabajar de internas en una casa. Gisela llegó de Rumanía hace tres meses y se estableció en la calle Montera. Se vino sola, nadie la obligó. No hubo mafias de por medio. Antes de esto, trabajó de lunes a sábado de empleada doméstica, cobraba unos 600 euros al mes. “No tenía descanso, incluso en la noche me despertaban si el niño estaba enfermo, trabajaba a todas horas”, explica con cierta amargura. Por cosas de la vida, como ella argumenta, terminó en la calle. El caso de Gisela es una de las pocas modalidades que adopta este negocio rentable, que mueve unos 50 millones de euros diarios en España. Al año, el negocio del sexo de pago, que se desarrolla en clubs, pisos y en la calle, genera entre 12.000 y 18.000 millones de euros, según las conclusiones de la Primera Jornada Internacional sobre explotación sexual. 300.000 es el número de mujeres que ejercen la prostitución en España, según las cifras del Cuerpo Nacional de Policía, aunque algunas asociaciones elevan el número hasta las 500.000. Sin embargo, no parecen preocupar los alarmantes datos, que indican que España se ha convertido en muy pocos años, en un país con un fuerte atractivo para las bandas que trafican con extranjeros para explotarles en el mercado del sexo. De igual forma, los datos recogidos por la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención de la Mujer Prostituta (APRAMP) en una encuesta realizada a los consumidores de sexo, es alarmante. Cada vez las prefieren más jóvenes y solicitan sexo sin preservativo. La primera encuesta que realizó esta ONG a clientes de este mercado fue en 1996, los datos revelaban que el perfil respondía a un hombre de una edad de 40 años, casado y que conocía los riesgos de transmisión sexual si no se tomaban las medidas necesarias. “La situación ha cambiado radicalmente”, sentencia el informe de esta organización no lucrativa que lleva veintiséis años ayudando a las prostitutas. Los datos dibujan un perfil robot del nuevo cliente. “Es un hombre mucho más joven que hace una década, una edad promedio de 30 años, poco informado, y lo que es peor, poco interesado en conocer el riesgo de contraer y transmitir enfermedades sexuales; busca prostitutas jóvenes y se siente atraído por el look adolescente, casi infantil; consume alcohol y drogas cuando está con las mujeres prostituidas, a las que incita a consumir; pide sexo sin precaución y está dispuesto a pagar más para no usar preservativo”, determina el estremecedor informe. De igual forma añade que “la edad media de las mujeres que se prostituyen está bajando peligrosamente, sobre todo en la calle, donde está entre los 18 y 25 años”. Una encuestadora revela secretos de chicas que le cuentan fantasías de sus clientes, como por ejemplo que “algunos llevan las faldas de sus hijas y que les piden que se las pongan durante la relación sexual, y otros les piden que se pongan coletas”.

En la calle del Desengaño se puede mirar a mujeres paradas en las esquinas, mujeres que huelen a flores muertas, arrimadas a las paredes con poses que pretenden provocar a los clientes; y si no logran seducirlos con sus cuerpos, se entregan a la agotadora tarea de perseguirlos. “¿Vamos a follar, papi?”, le dice una muchacha rubia, en un español malísimo, a un hombre que pasa junto a un sex shop. Por su acento se intuye que es de un país del Este (aunque eso no dice gran cosa). El hombre, que lleva un abrigo negro y tiene pinta de oficinista sigue derecho, pero frente a una vacilación suya, la muchacha rubia lo sujeta de una manga del abrigo y trata de convencerlo hablándole al oído promesas picantes. “Ahora no tengo dinero”, le responde éste, la más fácil artimaña para deshacerse de ella. Y a pesar de la insistencia de la muchacha, el hombre de abrigo negro logra soltarse con mucha sutileza y retroceder con mucha soltura, prometiéndole seguramente, que volverá.

Cerca de un chino, otras chicas se maquillan y juegan, se mueven de una forma que parece como si estuvieran en su casa. Más allá se puede distinguir fácilmente a una veterana del oficio dándole un consejo a una compañera africana. “Corazón, te queda mejor el pelo como lo tenías antes”, la anima con un tono maternal. Parece que la respetan mucho, es española, de unos cincuenta años, de esas señoras que en su tiempo debió levantar pasiones y romper matrimonios. Ahora, con los pechos que ceden inclementes a la gravedad, espera algún amor de misericordia que le devuelva la gloria robada. Comenta que todo está flojo. “Ya ves cariño, no tenemos trabajo”. Lleva mucho tiempo trabajando. Hasta ahí se puede bucear en su interior. “Es más fácil desnudarse de cuerpo que de alma”, dice sonriendo, como si no dijera gran cosa… y cambia de tema. “Ahora hay más competencia, pero yo tengo mis clientes fijos, así que no me molesta que la chicas se ganen la vida”. No puede ocultar, a pesar de su gracia al hablar, cierta añoranza y unos ribetes de envidia por las jóvenes que la destronan. “Lo malo del oficio es que hay chicas que cobran una porquería, por diez euros te hacen una mamada, y ya ves… así no se puede”, concluye.

En ella, al igual que en Gisela, Laura y Casandra hay una historia individual oculta, lejana a las estadísticas, esas cifras odiosas que no dicen gran cosa; una vida con penas y glorias, como la de cualquiera. Una vida que quizás no es como la de las chicas africanas que si fueron vendidas por las mafias, al igual que sus antepasados fueron negociados en los mercados negreros. Cada chica, una historia; y en la calle del Desengaño y la Montera muchas historias; y en Madrid miles de historias; y en España cientos de miles de historias… Vidas que en la mayoría de los casos son obligadas a prostituirse, temas que la sociedad soslaya, incluso apoya; como por ejemplo los propios medios de comunicación, al tener clasificados de chicas que ofrecen sus servicios, o más bien, de servicios que sus jefes colocan para vender más carne, pero como el mercado es libre, ya se sabe… Aunque bien es cierto que hay mujeres que trabajan libremente. Sin embargo, la prostitución no se puede pretender abarcar sólo desde un punto de vista; es algo complicado que ofrece muchos matices y formas de enfocarse. El trasfondo de todo, sin embargo, se encuentra en la inmigración, las catástrofes naturales, la desestructuración familiar, la desigualdad de género, la pobreza mundial… todo un abundante caldo de cultivo para los proxenetas y las mafias que trafican con seres humanos. Solo en el 2006 se desarticularon 429 redes de traficantes de personas, según el Ministerio del Exterior; pero al parecer esto no es ni tan siquiera la punta del iceberg de lo que se está moviendo en España en relación al tráfico ilegal de personas con fines de explotación sexual.

Mientras tanto, las muchachas de Desengaño, guardan celosamente su puesto de trabajo; espacio delimitado por la ley de la calle y la desfachatez de los proxenetas que son los reyes de la acera. En la esquina se encuentra uno, viste una ceñida chaqueta de piel, zapatillas de marca y un reloj de los que valen; se lo distingue por la forma de mirar sin ver a las chicas, hacer como si no estuviese ahí, pero controlando cualquier movimiento.

Otra rubia se acerca a un transeúnte apurado y le propone subir a una habitación de un viejo edificio. Se llama Zoila. “Pero si subimos a la pieza me puedes llamar como tu quieras”, le dice en vano, mientras le acaricia la escurridiza cara con una mano yerta. Es colombiana, su acento la delata; su forma casi infantil de hablar recuerda a “aquellas muchachitas que se acostaban por hambre”, evocadas en Cien Años de Soledad. Antes de que se le acercara, hablaba en voz alta con una amiga, se la notaba cabreada y despotricaba contra el chulo que le saca más de la mitad del jornal. A pesar de todo dice quererlo. “Me da todo lo que yo quiero y no me pega por lo menos, antes tenía otro novio que me pegaba, por eso lo dejé a ese cabrón”, dice, mientras se arregla un mechón de su cabello. No es muy fácil hablar con ellas sobre temas íntimos del oficio. Siempre se van por la tangente o se enfadan y ultiman diciendo “¿vas a follar o no?”.

La Gran Vía, avenida emblemática de Madrid, alberga tiendas de grandes marcas que acogen a elegantes señoras y caballeros, por cuyas aceras parecen flotar las bolsas de compras, el caótico tráfico, la gente apurada, cines y teatros, símbolo de una metrópoli que no envidia a ninguna ciudad del mundo… pero a tan solo una esquina de la calle más popular de Madrid, se hallan muchachas que venden sus cuerpos; algunas lo hacen por decisión propia, y muchas forzadas, pero en todo caso, la gran mayoría con la esperanza de salir de esa vida.


1 comentario:

diana dijo...

Buen reportaje... Una visión cercana e interesante sobre esta realidad tan dura. Tienes gran intuición para indagar en las personas.
A ver para cuando hay huevos de hacer un repor de los yonquis de la cañada real... jajaja

di