Cuando termina el show los bárbaros salen con su aspiradora en ristre para acabar con cualquier resquicio de los restos de la obra.
Es tal su afán por terminar la tarea, que bajan las escaleras empujando a señoras encopetadas, niños almidonados y adolescentes engominados. Nada los detiene.
Al abrirse paso entre el gentío se cruzan con perplejas miradas que todavía están impregnadas del último sabor del esperanzador final.
Las miradas, absortas ante la visión, finalmente despiertan; indagan a sus acompañantes, se pellizcan, alguno se escandaliza… no puede ser, sí, son ellos.
Quizá, es su extraña vestimenta que desentona con el rojo de la alfombra lo que atrae su atención. Tal vez, es el desdén con que se adueñan del teatro, obligándolos a tomar la salida más próxima con el mismo disimulo de una suegra.
No es extraño entonces, que los bárbaros escuchen afirmaciones cargadas de ironía, miradas, en el mayor de los casos condescendientes, actitudes discordantes…